Las Bolsas han empezado el año con subidas generalizadas, aunque esta vez las subidas han sido mayores en las Bolsas asiáticas y europeas (Nikkei +3,6% en la semana y Eurostoxx +2,4% en la semana) que en las americanas (S&P +1,7% en la semana).
Y como suele suceder en las fases bursátiles muy alcistas, y la actual no cabe duda alguna de que lo es, algunos analistas y gestores proyectan esas alzas hacia niveles superiores, anticipando para los índices niveles que parecen inalcanzables, pero que luego, más tarde o más temprano, son alcanzados. Así sucedió con el ya tan lejano Dow 7.000 que pronosticó Ralph Acampora en 1995, alcanzándose ese nivel dos años más tarde, en 1997, y así ha sucedido con todos los niveles que se han ido anunciando, incluido el nivel de los 25.000 puntos, al que el mismo Ralph Acampora pronosticó que llegaría el Dow Jones en una entrevista que concedió a la CNBC el 3 de diciembre pasado, hace solo un mes, tras haber rebasado el Dow los 24.000 puntos.
Lo cierto es que esta ha sido la vez en la que menos tiempo ha tardado el Dow en ganar mil puntos adicionales. En solo un mes y cuatro días, y en medio de una gran euforia alcista, el Dow superó el jueves los 25.000 puntos y no solo eso, sino que, al cierre del viernes, había hecho en una sesión casi un tercio del camino hacia los mil puntos siguientes, al cerrar en 25.296 puntos.
Y, como era de esperar, aparecen las predicciones sobre nuevos récords. Pero en esta ocasión no ha sido ningún analista el que nos ha ofrecido su previsión para el Dow Jones, sino el propio presidente americano, Donald Trump. En una reunión con periodistas el pasado jueves, poco después de romperse la barrera de los 25.000 puntos, un exultante Trump anunció que el siguiente paso para el Dow es llegar a los 30.000 ("Our new number is 30.000"). Puede parecer extraño que el presidente americano se convierta en comentarista bursátil habitual, pero a Trump le gusta, sin duda, ese papel y desde su toma de posesión el 20 de enero del pasado año ha publicado más de cincuenta tuits sobre las Bolsas, casi todos ellos para atribuirse el mérito del impresionante rally de Wall Street. Esta vez ha ido más allá y se ha atrevido a apostar por los 30.000 puntos del Dow.
Se confirma así, como decíamos en un comentario de diciembre, que este rally bursátil es, en gran medida, el rally de Trump. La subida se inicia con la victoria electoral de Trump el 8 de noviembre de 2016, y se ha ido alimentando con las sucesivas medidas anunciadas por Trump (desregulación financiera, rebaja fiscal, plan de infraestructuras...) y solo ha habido momentos de duda cuando, como el pasado agosto, asomó el riesgo de un impeachment que podía poner en peligro la continuidad de Trump.
Es cierto que ha habido otros factores que han movido las alzas de las Bolsas, como la aceleración del crecimiento global, la muy buena gestión de la Fed a la hora de empezar a subir los tipos, la continuidad del BCE y del Banco de Japón en sus políticas monetarias expansivas, o el fracaso político de los populismos en varios países europeos, despejando así los temores de inestabilidad en la zona euro. Es cierto también que la caída del dólar ha aliviado a algunas economías y entidades financieras excesivamente endeudadas en dólares, alejando la amenaza de un nuevo episodio como el de agosto de 2016, cuando el yuan de desplomó. Sería, por tanto, inexacto atribuir toda la subida al "efecto Trump", pero no cabe duda de que esta subida tan espectacular de las Bolsas, sobre todo de las americanas, lleva el sello de Trump, guste o no guste.
Y lo lleva para bien y para mal. Es decir, si en algún momento las políticas de Trump o sus decisiones y ocurrencias hacen menos gracia, las Bolsas lo acusarán.
Algo de esto es lo que al parecer sucede en el seno de la Fed, a la vista de las actas de su última reunión publicadas el pasado miércoles. Las actas ponen de manifiesto que en diciembre varios miembros del Consejo de la Fed no veían claras las cuatro subidas previstas para el año 2018, y no las veían, sobre todo, porque creían que la tan cacareada rebaja fiscal no va a tener un impacto significativo en el crecimiento de la economía americana. La mayoría de los miembros de la Fed creen que las empresas dedicarán el grueso del ahorro impositivo no a invertir sino a reducir deuda o hacer recompra de sus acciones propias (buy backs) y creen que las familias americanas no van a consumir mucho más sino a reducir sus elevados niveles de deuda. Como trasfondo de esa discusión, las actas revelan la inquietud de la Fed por la baja inflación, que algunos achacan a que sube el empleo, pero no los salarios, lo cual conecta cambios estructurales como la globalización, la disrupción tecnológica, la longevidad y otras fuerzas seculares.
La Fed parece, por tanto, no estar tan positiva como Trump o como los inversores, que han llevado en esta semana inicial del año al S&P a superar por primera vez en su historia los 2.700 puntos, al Nasdaq Composite a cerrar por encima de los 7.000 puntos también por primera vez en su historia y al Dow a superar los 25.000 puntos un mes después de batir los 24.000.
En este contexto, hay analistas que piensan que nunca ha habido un escenario tan favorable como el actual para la renta variable, al coincidir el crecimiento global acelerado con una inflación baja y unos Bancos centrales acomodaticios. Hay otros analistas que, aun viendo poco sostenible ese escenario idílico (goldilocks) creen que queda todavía la fase última de la subida de las Bolsas americanas, que es la de la exageración y la burbuja, como la de 1999 o la de 2007 antes de los respectivos pinchazos de las burbujas punto.com y crediticia. En este sentido Jeremy Grantham, uno de los gestores más reputados del mundo, entre otras cosas por haber anticipado la debacle bursátil de 2008, ha publicado un informe pronosticando una subida (melt-up) que puede llevar al S&P sensiblemente por encima de los 3.000 puntos para luego caer un 50%. Algo más negativo es Ray Dalio, considerado el mejor gestor de "hedge funds" del mundo, que ha alertado recientemente sobre lo insostenible de los elevadísimos niveles de deuda y la dificultad de la normalización monetaria, en un mundo en el que la economía real y la financiera se han desacoplado de forma notable.
Sobre estos puntos se puede hablar mucho y seguramente al final todos acabaremos con la cabeza caliente y los pies fríos, pero sin llegar a ninguna conclusión. Dicho de otra forma, el tiempo dirá cuál de las dos visiones es la acertada y de momento lo que sabemos es que las Bolsas han iniciado el 2018 en "modo euforia".
Para ver si es o no sostenible la euforia nada mejor que mirar a los datos económicos y a los resultados empresariales y de momento, esta primera semana, hemos conocido varios datos, más buenos que malos, pero no todos buenos.
Los ISMs de manufacturas en Japón (máximo de trece años) y en Alemania han sido muy buenos y también lo ha sido el PMI de manufacturas de EE.UU. que se situó en diciembre en 59,7 frente 58,2 estimado. En la zona euro, el PMI adelantado de Markit ha subido en diciembre a 58,1 desde los 57,5 puntos de noviembre. Sin embargo, ha defraudado el empleo americano en diciembre, que se quedó en una creación de 148.000 puestos de trabajo frente a los 190.000 esperados y tampoco fue bueno el ISM de servicios en EE.UU.
Tampoco es bueno el dato de inflación de la zona euro en diciembre, que bajó al 1,4% desde el 1,5% previo de noviembre, en parte por la energía, pero no solo. La inflación subyacente se enquista por tercer mes consecutivo en el 0,9%. Sigue la incógnita de por qué no se anima más la inflación y de por qué los Bancos siguen teniendo tanto dinero en el BCE al menos 0,4%.
Las Bolsas, en ese "modo euforia" del que hablábamos, han celebrado los datos buenos y han pasado por encima de los datos malos. El viernes vimos cómo el mal informe de empleo y el mal ISM de servicios eran ignorados completamente por un Wall Street decidido a hacer historia, de la mano del presidente Trump.
El cóctel al empezar el 2018 es el de una expectativa de crecimiento global muy fuerte, una inflación que no acaba de despegar pero que podría ir hacia arriba si el petróleo sigue subiendo (el viernes los futuros del WTI cerraron en 61,6 dólares), y unos tipos de los bonos largos que suben, pero muy poco a poco. El T bond americano cerró el viernes a un tipo del 2,47% y el bund a un tipo del 0,44%. Hay que recordar que a mediados de 2016 el tipo del T bond estaba por debajo del 1,4% y el del bund en -0,40% negativo. Es decir, en un año y medio hemos visto una subida notable, pero todavía suave en relación con el crecimiento global esperado, dado el bajo nivel de la inflación. Un cóctel que gusta a las Bolsas.
Esta segunda semana del año hay varios datos de interés, como el IPC en Estados Unidos y en China, la publicación de las actas de la última reunión del BCE, el PIB alemán de 2017 o las ventas minoristas americanas de diciembre. Asimismo, empiezan a publicarse resultados empresariales, como los de JP Morgan, Blackrock y Wells Fargo el viernes.
No cabe esperar grandes sorpresas de estos datos y, de momento, lo normal es que los inversores prefieran seguir atentos a los tuits del presidente Trump, disfrutando plácidamente de la fiesta bursátil.
Juan Carlos Ureta Domingo
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