La primera semana completa de diciembre ha puesto fin, al menos de momento, a las subidas que las Bolsas han vivido en octubre y noviembre, y pone también en cuestión el esperado “rally” de fin de año. El temor a una desaceleración económica mayor de la estimada ha sido en esta ocasión el detonante de la corrección, en la que de nuevo las Bolsas americanas y, especialmente el sector tecnológico, se han llevado la peor parte.
En la semana, el Nasdaq ha caído un 4%, el S&P un 3,4% y el Dow Jones el 2,8% frente a caídas más suaves del Eurostoxx (-0,9%) y frente a subidas semanales del Nikkei (+0,4%) y del Shanghai Composite (+1,6%), en este último caso debido al aparente final de la política de “Covid cero” tras las protestas masivas y a la consiguiente relajación de las medidas de confinamiento.
Llama la atención la creciente preocupación del mercado con la desaceleración económica, una preocupación que empezó a hacer acto de presencia en primavera, tras comprobarse la fuerte contracción del PIB en Estados Unidos y en el conjunto de la OCDE en el primer trimestre, y que ha ido creciendo progresivamente situándose desde fin del verano al mismo nivel que la inflación en lo que a inquietudes de los inversores se refiere. El escenario de una estanflación al estilo de los 70, que hasta hace poco era solo vaticinado por economistas tradicionalmente negativos, como Nouriel Roubini, gana poco a poco adeptos entre gestores y analistas y empieza a preocupar seriamente a los mercados, sobre todo si la Fed persiste en su política contractiva (‘tightening’).
Ese escenario choca, sin embargo, con datos económicos positivos, como el recientemente publicado PIB americano del tercer trimestre, que ha crecido el 2,9%, o el desempleo, que se mantiene en niveles históricamente mínimos en Estados Unidos o el ISM de servicios de noviembre en EE. UU., publicado el pasado lunes, que subió a 56,5 puntos desde los 54,4 puntos de octubre, situándose en zona expansiva y mostrando una gran fortaleza.
Sin embargo, hay otros indicadores no tan optimistas. Por ejemplo, en el sector industrial, tanto los datos de producción como los ISMs vienen siendo negativos tanto en EE. UU. como en la zona euro. Hace dos semanas se publicó el ISM norteamericano de manufacturas en noviembre, que bajó a 49 puntos, en zona de contracción. En el mismo sentido, indicadores “soft” como los índices de confianza de los consumidores vienen reflejando caídas en los últimos meses, que empiezan a reflejarse también en las ventas minoristas, aunque de forma todavía no drástica. En el caso de China, los datos son aún peores, como lo hemos vuelto a comprobar el miércoles pasado al publicarse la balanza comercial de noviembre, con malas cifras tanto de exportaciones (-8,7%) como de importaciones (-10,6%). Son caídas que van más allá de lo esperado y que confirman un claro estancamiento en una economía que durante dos décadas ha estado aportando en torno a un tercio al crecimiento del PIB global. Sin duda, los confinamientos tienen mucho que ver, pero hay otros factores muy estructurales como el pinchazo de la burbuja inmobiliaria o la intervención política del sector tecnológico. El petróleo también refleja esa previsión de un crecimiento pobre o incluso negativo y ha cerrado la semana por debajo de 80 dólares, tanto en el crudo ligero (WTI), que cerró a 71 dólares el viernes, como en el Brent, que cerró en 76,1 dólares.
Pero quizás el elemento más preocupante sea la inversión extrema de la curva de tipos de interés, que está en niveles no vistos desde 1981. Por dar un solo dato (podríamos dar muchos más), el pasado viernes el bono del Tesoro americano a 30 años cerró a un tipo del 3,57% mientras que el tipo del bono a un año cerró en el 4,72%. Esta anomalía, casi tan aberrante como la de los tipos de interés nominales negativos que hemos sufrido en la zona euro ocho largos años, no puede mantenerse en el tiempo y nos dice bien alto y bien claro que viene una recesión, aunque sea técnica y pasajera y, sobre todo, que vamos a una larga etapa de crecimiento por debajo del potencial.
Una forma de leer toda esta información aparentemente contradictoria es la idea de una recesión “móvil”, que está siendo manejada por la analista norteamericana Liz Ann Sonders y que conecta en cierto modo con la idea de la llamada “blah economy” según la cual, a cambio de no entrar de forma inmediata en una recesión, el mundo estaría entrando en una etapa larga de bajo crecimiento prolongado. La recesión móvil es una recesión que se va posando de forma sucesiva en diferentes sectores y que, hasta ahora, se habría focalizado más en el sector industrial, en el inmobiliario y en el mundo tecnológico, pero que pronto empezará a extenderse de forma más amplia al sector servicios, hasta ahora poco afectado, a la vez que los sectores ya afectados empezarán probablemente a tocar suelo.
Esta tesis de la “rolling recession” explica bastante bien lo que hemos visto desde hace un año y conecta con nuestra visión, repetida muchas veces en estos comentarios, de que lo que estamos viviendo en 2022 esencialmente es la corrección de los desajustes y de los excesos vividos en 2021 y en la segunda parte de 2020. Unos desajustes y excesos que tienen mucho que ver con la ingente inyección de dinero hecha tras el Covid. La corrección está siendo, en general (y esta es la parte positiva), bastante ordenada, aunque en algunos casos concretos como los criptoactivos o como varias tecnológicas, al pincharse la burbuja los ajustes son más aparatosos y desordenados.
La Fed también parece estar en esa idea de una recesión “móvil” que se traslade de forma sucesiva por distintas áreas de la economía y le permita desinflar el globo sin pincharlo. Para lo cual le viene muy bien que las Bolsas sigan cayendo, pero de forma ordenada, como lo han hecho esta última semana.
Esto iría en contra del consenso del mercado, que espera una recesión en la primera parte de 2023, para dar luego paso a una expansión más o menos fuerte (aquí estaría la diferencia, ya que la tesis de la recesión móvil mueve a pensar en una contracción suave pero larga). Según el consenso, hay que comprar bonos de duración no muy larga (tres o cuatro años) aprovechando la curva invertida, y estar fuera de Bolsa. La tesis de la recesión “móvil” no está en contra de comprar bonos de duración no larga, aprovechando los altos tipos actuales, ya que se contempla una economía débil por largo tiempo, pero, a diferencia del consenso, invita a comprar, desde ya, selectivamente acciones de buenas empresas que hayan pasado ya su periodo de recesión móvil, evitando aquellas otras que todavía esperan la “visita” de la recesión.
Esta semana hay datos y decisiones importantes. El martes se publica el IPC de noviembre en EE. UU., el miércoles hay decisión y rueda de prensa de la Fed, el jueves se publican las ventas minoristas americanas de noviembre y hay reunión y rueda de prensa del BCE.
En nuestra opinión, el hecho de que el S&P no haya podido romper al alza la media móvil de 200 sesiones, que se sitúa en torno a los 4.060 puntos, mueve a pensar que el rally de fin de año se va a quedar, como mucho, en el mantenimiento de los altos niveles alcanzados en noviembre, sin ir más allá. Pero en un mercado tan lleno de sorpresas y en cierto modo, igual que la recesión, tan “movil”, nada debería sorprendernos, ni siquiera un inesperado y abrupto rally final.
Juan Carlos Ureta Domingo
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