Opinión

Hacia la japonización


La intervención el pasado martes del presidente de la Fed, Jerome Powell, en la conferencia organizada por la Fed de Chicago, y la reunión del BCE el jueves, han servido no solo para traer un poco de tranquilidad a los mercados, en línea con la apuesta que hacíamos al finalizar nuestro último comentario, sino, sobre todo, para confirmar que el modelo por el que se ha optado tanto en Estados Unidos como en Europa es la "japonización" de la economía. Es decir, ir hacia lo que hemos llamado una economía "low", de bajo crecimiento, bajos tipos de interés, bajos salarios, bajos márgenes y elevada intervención financiera (incluida si hace falta la "represión financiera") para controlar todo el modelo y tratar de generar la inflación necesaria para aliviar la deuda, pero sin que se disparen los precios.

Los inversores, tras algunas dudas iniciales, han terminado la semana celebrando con júbilo esos mensajes de los banqueros centrales y Wall Street ha protagonizado la mejor semana del 2019 ayudado por el nuevo "put" de la Fed. La primera semana de junio se ha saldado con subidas del 4,4% en el S&P, del 3% en el Eurostoxx, del 1,4% en el Nikkei y del 1% en el MSCI Emerging Markets en dólares. La excepción ha sido la Bolsa china, con una caída semanal del Shanghai Composite del 2,45%.

Es un resultado más que notable para una semana que, como decíamos, empezó el lunes con dudas, agravadas por la noticia de que las grandes tecnológicas están bajo el escrutinio de las autoridades americanas de la competencia, que llevaron al Nasdaq a entrar en territorio técnico de "corrección" al recortar más de un diez por ciento desde sus máximos, y es a la vez una demostración más de que los Bancos centrales, con su potencia de fuego ilimitada, se han convertido en los auténticos soberanos ("rulers") de las Bolsas.

La convicción es que los Bancos Centrales disponen, sin límite, de las herramientas necesarias para enderezar la economía y que esas herramientas van a funcionar. Dos premisas que tal vez no sean del todo ciertas.

Empezando por la primera, es verdad que a la Fed y al BCE les quedan todavía muchas armas por utilizar, una vez emprendido el camino de olvidar la ortodoxia monetaria. Ambos Bancos Centrales, y también el Banco de Inglaterra o el People's Bank of China (PBOC) podrían, siguiendo los pasos de Japón, comprar masivamente acciones en Bolsa, convirtiéndose en jugadores de referencia ("players") del mercado de acciones, igual que ya lo son en el mercado de bonos. Podrían también, en línea con las propuestas de la MMT ("modern monetary theory"), financiar de forma directa y sin límite a los Gobiernos para que gasten o inviertan todo lo que deseen, o para que bajen los impuestos de forma agresiva.

Podríamos incluso pensar que esas medidas tan poco ortodoxas van a ejecutarse correctamente, es decir, los Bancos Centrales van a invertir en Bolsa conforme a unos criterios de valoración razonables y los Gobiernos van a gastar el dinero prestado por los Bancos Centrales de forma eficiente. Ambas hipótesis son bastante discutibles ya que la experiencia nos dice que hasta ahora los Gobiernos no han sido muy cuidadosos a la hora de gastar ni tampoco los Bancos Centrales han estado siempre acertados a la hora de invertir, como lo muestran algunas de las inversiones en bonos del BCE.

Pero, aunque demos por sentado que hay munición monetaria disponible y que se va a utilizar bien, es muy dudoso que eso vaya a generar un modelo de crecimiento sostenible. La experiencia desde 2008 nos dice que los Bancos Centrales son muy buenos estabilizando la economía y evitando espirales negativas o efectos "bola de nieve" de contracción de la confianza, pero no son tan buenos a la hora de hacer crecer la economía. En enero de 2015, el BCE puso en marcha su programa de compra de bonos (QE) que finalizó el pasado diciembre. Tras un primer efecto de choque en los mercados, la realidad es que la economía de la zona euro sigue con dificultades para crecer. En EE.UU. el crecimiento natural del PIB sigue en torno al 2%, igual que antes de los sucesivos programas de expansión monetaria cuantitativa (QE) puestos en marcha desde 2009. Se ha evitado la Gran Depresión, pero es muy dudoso que la economía vaya a arrancar de verdad con esos estímulos monetarios, más allá del impacto en dos o tres trimestres.

Sucede, por otro lado, que esas medidas monetarias agresivas tienen efectos secundarios no del todo buenos. Al alterar artificialmente la asignación de recursos perjudican a la productividad, que es la verdadera clave del crecimiento económico a largo plazo, y además normalmente tampoco generan mecanismos de distribución equitativos, pese a que la intención inicial sea hacerlo.

Estas son algunas de las reflexiones que nos suscita la "japonización" de la economía por la que parecen haber optado Estados Unidos y Europa, pero hay una más, bastante simple. Japón no es el mundo y el mundo no es como Japón. Al menos Europa y EE.UU. no lo son.

Los inversores americanos se han vuelto a colocar en "modo riesgo", bajo la protección de la Fed, y el viernes celebraron con gran fruición que el informe de empleo de mayo en EE.UU. arrojase un número de empleos creados (setenta y cinco mil) muy por debajo de las expectativas. La idea es que eso empujará a la Fed a bajar tipos, tal vez incluso ya en la reunión del 18 y 19 de junio, para volver a bajar una o dos veces más este año. En cierto modo esa hipótesis es inquietante porque demostraría que la Fed ve las cosas muy mal, pero los inversores parecen haber optado por la fórmula simple de que dinero más barato supone automáticamente subidas de las Bolsas.

Junto al movimiento de la Fed y el BCE, la semana pasada hemos visto cómo Trump parece dispuesto a flexibilizar lo que haga falta su posición. El viernes anunció que los nuevos aranceles a China se posponen hasta después del G20 y que los de México se aplazan ante la disposición del Gobierno mexicano a controlar la inmigración ilegal. Estos anuncios han servido para compensar la rebaja de la estimación de crecimiento global que publicó el Banco Mundial el pasado miércoles y la estimación de varios grandes Bancos de inversión (JP Morgan, Goldman, Morgan Stanley...) de que el PIB de Estados Unidos podría crecer en torno al 1% en el segundo trimestre afectado por la guerra comercial. Algo que concuerda con el mal dato de ISM americano de servicios en mayo publicado la semana pasada.

Fuera de las Bolsas hay que destacar la nueva caída de los tipos de interés de largo plazo y la caída del dólar. El bono del Tesoro americano a diez años (T bond) cerró el viernes en 2,08% y algunos analistas lo ven en 1,75% o incluso en el 1,25% a fin de año. El tipo del bund alemán está ya en -0,256% y la gran novedad es que el bono alemán a quince años ya está también en tipo nominal negativo, aunque simbólico. Son cifras muy inquietantes si las miramos desde el lado del mensaje que nos envían sobre el crecimiento de los próximos diez años, pero por ahora este es un ángulo que nadie quiere mirar. La caída del dólar es una lógica consecuencia de esos tipos del T bond y del discurso de Powell.

A nivel técnico, el S&P ha recuperado en una semana un poco más de la mitad de la caída de mayo, y la duda ahora es si vuelve o no a máximos. Si hay acuerdo comercial en el G20 entre China y EE.UU. y si la Fed baja tipos en junio lo normal es que esa vuelta a máximos se produzca, pero tal vez, si eso sucediese, lo mejor sea descargar bastante las posiciones de cara al verano.

Juan Carlos Ureta Domingo
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