Tras un final de año que difícilmente podría haber seguido más al pie de la letra el guion esperado, y tras una primera sesión de 2020 muy alcista gracias a las nuevas medidas de impulso a la economía anunciadas por el Banco Central de China (People's Bank of China), la sorpresa ha surgido en la segunda sesión del año, el pasado viernes, 3 de enero, con la fuerte caída de las Bolsas tras la muerte de un alto militar iraní en una operación del ejército americano.
Esas fuertes caídas de la segunda sesión del año han venido a romper, no sabemos si solo de forma puntual, esa regla no escrita que ha dominado el escenario de los mercados el pasado año, a saber, la regla de que "pase lo que pase en el mundo, en las Bolsas nunca pasa nada". Una regla que tiene como soporte último la enorme masa de liquidez que se ha generado por la vuelta de los Bancos Centrales a la expansión de sus balances, y que necesita entrar en Bolsa a la más mínima caída para sortear los tipos cero o negativos, bajo la expectativa de que no se va a permitir que las Bolsas caigan ni que los tipos de interés suban.
Bajo esa premisa del "whatever it takes" y con la ayuda siempre oportuna de los tuits de Trump (el último fue el del día de fin de año asegurando que el 15 de enero se firmará la fase uno del acuerdo con China) todo ha sido muy previsible, como decíamos, en las últimas sesiones de 2019. Incluso era de esperar, a la vista de los antecedentes, la fuerte subida de última hora en Wall Street el día 31 de diciembre, que permitió a las Bolsas americanas cerrar en positivo la última jornada del año, a diferencia de las Bolsas europeas.
Todo debería ser muy previsible también en este año 2020 en el que Trump desea unas Bolsas alcistas para revalidar su presidencia en las elecciones de noviembre y en el que la Unión Europea necesita demostrar al mundo que el Brexit es un error para Inglaterra, y que el modelo de expansión monetaria sin límite, creado por Draghi con el apoyo de Merkel, funciona perfectamente bajo la dirección de Christine Lagarde, que se ha preocupado de dar garantías suficientes de continuidad en dicha política.
Entre la necesidad de unos y la complacencia de otros, las caídas del viernes 2 de enero, algo atemperadas al final de la sesión, deberían ser solo un susto pasajero, un pequeño temblor que no irá a mayores. Sin embargo, hay varios elementos en este inicio del 2020 y en todo lo que ha pasado en los últimos meses, a partir de octubre, que podrían llevarnos a una lectura distinta.
El primero es lo que está pasando con el oro. El viernes, los futuros del oro registraron su mayor subida en cuatro meses cerrando la sesión en 1.555 dólares la onza, tras un mes de diciembre muy alcista que ha llevado al oro a sus máximos de los últimos seis años. El yen y el franco suizo, otros dos clásicos valores refugio, subían también con fuerza el viernes, pero lo interesante de la subida del oro es que no es solo producto de la inseguridad momentánea derivada de la operación militar en Irán, sino que se ha ido forjando a lo largo de todo el año 2019 y se ha consolidado en el segundo semestre, coincidiendo con unas Bolsas muy alcistas. Es raro que suban a la vez el oro, un activo refugio tradicionalmente asociado con el miedo y la cautela, y los activos de riesgo en general, como la Bolsa y los bonos de alto riesgo. Es muy sorprendente porque parece que los inversores descuentan al mismo tiempo cosas contradictorias entre sí.
También mueve a la cautela lo que está pasando con el petróleo. Desde los mínimos de principios de octubre cercanos a los 50 dólares por barril en el crudo ligero americano (WTI), el precio ha ido subiendo de forma continua hasta los 63 dólares a los que cerró el pasado viernes, muy cerca de los máximos anuales de 64 dólares alcanzados a fines de abril. Es cierto que en la subida del viernes, de más del 3%, pesó lo sucedido en Irán, pero esa subida fue solo el colofón de subidas anteriores, desde principios de octubre, y un barril por encima de 60 dólares dificulta a los Bancos Centrales en su política monetaria ultraexpansiva.
Además, esa subida del petróleo coincide con la desaceleración industrial global, que algunos llaman ya abiertamente recesión industrial. El pasado viernes la causa principal de la caída de las Bolsas fue el ataque americano a Irak, pero ese ataque no fue la única noticia inquietante. Los datos industriales que se publicaron fueron muy malos. El ISM de manufacturas de diciembre en Estados Unidos se situó en su nivel más bajo en más de una década (47,2 frente a 49 esperado) y en la zona euro Markit publicó un PMI de diciembre en 46,3 puntos, siendo el duodécimo mes consecutivo en el que este indicador se sitúa por debajo de los 50 puntos, es decir, en territorio de contracción. Se confirma así la amenaza de una recesión industrial global en el 2020.
Desde un punto de vista estrictamente bursátil, un elemento a considerar es que la subida de las Bolsas en el 2019 ha estado muy concentrada en pocos valores. Solo dos valores, Apple y Microsoft son responsables del 14,8% de la subida del S&P 500 en 2019. Facebook y Alphabet contribuyen en un 2,8% cada una, y Amazon en un 2,4%. Diez valores, que incluyen a los mencionados, suponen un 25% de la subida del S&P 500 estos diez últimos años. En el Eurostoxx (+25% en el año) pasa lo mismo. ASML subió un 91,7% en 2019, LVMH un 60,6%, Adidas un 59%, Airbus y CRH Plc un 55%, y Kering un 42,5%. La concentración de la subida en unos pocos valores suele ser un signo de debilidad, al entenderse que solo una amplia participación de mercado da verdadera fortaleza al ciclo alcista.
Es también curioso, en Europa, que la Bolsa que más ha subido en 2019 haya sido la griega, con un alza de su índice ASE del 49,5% (en 2018 bajó el 23,5%) seguida por el Iseq irlandés (+31%) el Mib italiano (+28,3%) y el CAC francés (+26,4%). Da la impresión de que la búsqueda de retorno a costa de tomar mayores riesgos ha jugado cierto papel en ese ranking de ganancias.
En definitiva, las Bolsas han cerrado según el guion previsto un año extremadamente alcista, en el que el océano de liquidez creado por la vuelta de la Fed y del BCE a los programas de compras de activos ha dominado la escena de los mercados, y ha alejado el temor de una recesión inminente en EE.UU. o en Europa, al fomentar el consumo a ambos lados del Atlántico.
El guion debería ser continuista en el 2020, y efectivamente lo fue en la primera sesión del año, pero la segunda sesión, la del viernes 2 de enero, nos ha venido a recordar que los factores de riesgo son numerosos, que siguen ahí aunque no se los vea, y que en cualquier momento pueden asomar. Sobre todo, como decíamos la semana pasada, los riesgos derivados de unos desequilibrios y excesos que, lejos de ir a menos, siguen creciendo.
Juan Carlos Ureta Domingo
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