Opinión

Certificación de un fracaso


Tanto las actas de la última reunión de la Fed, publicadas el pasado miércoles, como las del BCE que se conocieron el jueves, vienen a certificar el error de diagnóstico de ambos Bancos Centrales, que hace un año proclamaban con gran seguridad que las economías norteamericana y europea estaban lanzadas a un nuevo ciclo de crecimiento. En plena euforia, se llegó a afirmar por algún miembro del BCE que la zona euro iba a ser, esta vez, el principal motor del crecimiento global, un crecimiento que, se decía entonces, iba a permitir a los banqueros centrales revertir sus políticas expansivas, incluso iba a obligarles a hacerlo, para evitar un fuerte rebote de la inflación.

Hoy, un año después, ese pronóstico se ha demostrado erróneo, y lo que cabe constatar es el fracaso de las políticas monetarias ultraexpansivas (QE y tipos de interés cero o negativos) a la hora de generar un ciclo de crecimiento económico sólido y sostenible. Más bien la música de fondo es la de la desaceleración, aunque los Bancos Centrales no cesan de tranquilizarnos con un nuevo diagnóstico, a saber, que no habrá, al menos este año, recesión.

Las ya mencionadas actas de la Fed y del BCE dejan claro que la respuesta de los banqueros centrales ante esa desaceleración es levantar el pie del acelerador de la normalización monetaria y plantearse incluso dar marcha atrás. En principio, es normal que los Bancos Centrales, ante la evidencia de su error, cambien sus políticas y las moderen. Pero surgen varias preguntas. La primera es si realmente es lógico insistir en el dinero barato y la deuda abundante para estimular el crecimiento, una vez que ya se ha demostrado que la fórmula no funciona más allá de un breve periodo de tiempo. La segunda, a la vista del grueso error de análisis cometido por los banqueros centrales, es si podemos fiarnos esta vez de sus previsiones. En otras palabras, parece legítimo preguntarse si no se están volviendo a equivocar en su lectura de los acontecimientos y en sus recetas para afrontar los problemas.

Es obvio que los mercados financieros no se cuestionan estas cosas. Las Bolsas han recibido con gran júbilo el giro dado por la Fed en enero, hacia una no subida de tipos este año y hacia una posible vuelta a la expansión de su balance, y también se han celebrado con entusiasmo las noticias de que el BCE está analizando alternativas técnicas para una nueva ronda de financiación a la banca europea (léase a la banca y a los Tesoros europeos).

Sin ir más lejos, esta última semana el Dow (+0,6% en la semana) y el Nasdaq (+0,75%) firmaban su novena semana consecutiva de subidas y el S&P (+0,6%) la octava. En Europa, el Eurostoxx y el Ibex han subido el 0,9% en la semana y el Dax el 1,4%. En Asia, tras reiterar el Banco de Japón su pleno compromiso con las políticas monetarias ultraexpansivas el Nikkei ha subido un 2,5% en la semana y el Shanghai Composite ha subido el 4,5% aupado por el compacto programa de apoyos a la economía lanzado por el Gobierno y por el Banco Central, el People's Bank of China. Por completar los datos, el MSCI de emergentes en dólares ha subido el 2,7% en la semana.

La pregunta sería: ¿por qué volver a políticas que, al parecer, no han funcionado? Hay un argumento que podría justificar esa vuelta de los Bancos Centrales a los estímulos extraordinarios. Si pensamos que la guerra comercial iniciada por Trump y el proteccionismo que destila su política económica ("America first") puede tener un efecto muy contractivo sobre la economía global, estaría justificado que los Bancos Centrales vuelvan a sacar su caja de herramientas monetarias. La idea es que sin guerra comercial todo habría funcionado según el guion previsto (vuelta al crecimiento, subida de tipos, retirada de liquidez...) pero la irrupción de esa guerra ha alterado los planes, al haber generado una contracción inesperada y por ello los banqueros centrales deben dar marcha atrás. De ahí la alegría de las Bolsas en enero y febrero. Pero, ¿es correcta esta lectura?

A nuestro juicio, no. La desaceleración global no es consecuencia de la guerra comercial, aunque lo contrario sí podría ser más verosímil. La desaceleración tiene una causa estructural, a saber, el agotamiento del modelo de crecimiento basado en la acumulación y monetización de la deuda. Por eso volver a más deuda y más dinero barato difícilmente, a nuestro juicio, y ojalá nos equivoquemos, va a funcionar.

En cualquier caso, en medio de esas discusiones, el reguero de datos económicos ha continuado, con noticias mixtas (buena encuesta ZEW pero no tan buen IFO en Alemania, caída de ventas de viviendas usadas en Estados Unidos en enero por tercer mes consecutivo, mal PMI de manufacturas en Alemania y en la zona euro, pero buen PMI de servicios, caída de ventas de automóviles en China por séptimo mes consecutivo, producción industrial europea en mínimos de seis años....) y también han continuado presentando sus datos las empresas, con sorpresas muy positivas como las de Walmart, Telefónica , Danone, Nestlé o Iberdrola, pero también con algunas decepciones como la de HSBC o la china Baidu. Los datos nos dan un escenario mixto pero con sesgo a la baja, y las dos posibles interpretaciones son que estamos en los inicios de un periodo de contracción, o, por contra, que el "bache" se debe a la guerra comercial y terminará el día que haya acuerdo.

Esto último es, probablemente, lo que hace que los inversores den tanta importancia al acuerdo comercial entre China y EE.UU. y que celebren cada nueva aproximación al mismo. Esta última semana de febrero vence el plazo inicialmente dado por Trump a China para llegar a un acuerdo comercial, y todos los ojos van a estar puestos en si se cierra o no. En nuestra opinión, Trump necesita desesperadamente ese acuerdo dada su delicada situación ante las investigaciones del fiscal especial Robert Mueller, y por tanto, o hay acuerdo o Trump prorrogará el límite todo lo que haga falta.

Hay otros temas también. En Estados Unidos se publica el jueves el PIB del cuarto trimestre y el viernes los ingresos y gastos personales. En Inglaterra el Parlamento inglés vota nuevamente sobre el Brexit, otro asunto en el que podemos contar con la fórmula de la patada hacia adelante si no hay nada mejor que ofrecer, aunque en este caso todavía queda un mes para la fecha límite. En Estados Unidos, el presidente de la Fed, Jay Powell, da su informe semianual al Congreso americano, en el que previsiblemente insistirá en la buena disposición de la Fed para hacer, según las famosas palabras de Draghi, "lo que haya que hacer". Se publican algunos resultados empresariales interesantes como los de Berkshire Hathaway, Home Depot o JC Penney en Estados Unidos y los de Bayer, AB Inveb, Ferrovial, Meliá en Europa, entre otros muchos.

Desde el punto de vista técnico, las Bolsas, y en particular el S&P siguen en un nivel muy interesante, con esa barrera de los 2.800 puntos cada vez más cerca y con la pregunta de si esta vez, a diferencia de lo que pasó en octubre y en noviembre, será superada o por el contrario entraremos en una fase de corrección tras esos meses de subidas espectaculares en las Bolsas.

Lo normal es que ni Trump ni Jay Powell defrauden las expectativas y que aseguren su pleno apoyo a los mercados. Lo normal, también, es que el Brexit siga avanzando hacia un final no traumático, y que Europa invente algo para responder al reto italiano y al deterioro de las finanzas públicas de varios de sus miembros. Cabe contar también con que las Bolsas celebrarán por todo lo alto todas esas cosas.

Pero, después de todo eso, la pregunta de fondo es y seguirá siendo si realmente estamos en los primeros pasos del fin del ciclo expansivo de la economía, y llega a la contracción, o si, por el contrario, la nueva economía del siglo XXI ha conseguido, con la inestimable ayuda de los Bancos Centrales, evitar el incómodo trance de los ciclos contractivos o recesivos.

Juan Carlos Ureta Domingo
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