Si algo ha caracterizado a la tercera semana de febrero en las Bolsas ha sido los erráticos movimientos que, al calor de noticias no muy significativas, hemos visto en los principales índices, con caídas fuertes el lunes y el jueves, y recuperaciones intensas el martes y en la sesión de cierre semanal del viernes.
Esos movimientos han hecho que en la sesión del jueves hayamos visto al S&P 500 perder los 1.500 puntos, al Dow Jones perder los 14.000 puntos y al Eurostoxx 50 perder los 2.600 puntos, si bien es verdad que los tres índices recuperaron esos niveles el viernes, en la sesión de cierre semanal. Solo el Nikkei japonés siguió imparable, con una nueva subida semanal del 1,9%.
El motivo aparente de la subida del martes tuvo su origen en un buen dato de la encuesta ZEW de sentimiento empresarial alemán, dato al que acompañaron algunos resultados empresariales positivos, y la caída del jueves se inició realmente la tarde anterior cuando se publicaron las actas de la última reunión de la FED que mostraban como algunos miembros del Consejo desean terminar con la expansión monetaria cuantitativa (QE3) cuanto antes.
Pero, más allá de estos motivos inmediatos, lo que a nuestro juicio denotan los movimientos que hemos visto esta semana pasada es que hay desconcierto entre los inversores tras el rally de enero. Un rally que ha sido continuación de la subida iniciada en julio por todas las Bolsas, y que acumula ya revalorizaciones del entorno del 25% o más en pocos meses. La idea de la "gran rotación" de bonos a acciones sigue ahí, pero es como si todos hubiesen entendido de pronto que comprar a cualquier precio puede ser muy peligroso.
La realidad es que hay motivos para ese desconcierto inversor. Una cosa es que se asuma (que ya es mucho asumir) que los Bancos Centrales han evitado con sus decisiones extraordinarias del pasado verano los dos principales riesgos sistémicos, a saber, el posible colapso de liquidez en algunas economías avanzadas y la posible ruptura del euro, y otra cosa es que podamos pensar en una recuperación fuerte y sostenida de la economía como anticipaban los mercados en enero.
Las previsiones publicadas el viernes por la Comisión Europea apuntan a una gran debilidad en el crecimiento conjunto de la zona (caída del 0,3% en 2013 y subida de solo el 1,4% en el 2014), con Holanda entrando en recesión y Francia muy débil, y en EEUU la amenaza de los recortes automáticos de gasto público (el llamado sequester) pesan como una losa sobre un ya de por sí débil crecimiento estimado de tan solo el 2%. Es decir, de haber crecimiento, será débil.
Esta debilidad del crecimiento complica aún más un ya de por sí complejo proceso de desapalancamiento, y lleva casi necesariamente a la alternativa de reestructurar deuda, como hemos visto ya en Grecia, en Irlanda (con el reciente acuerdo con el BCE para alargar su deuda y bajar los tipos) y en la banca española, con su canje de híbridos por capital.
Pero como esa reestructuración no puede ser brusca y como además genera cierta destrucción, la consecuencia es que el gran proceso de ajuste de valor sigue su curso e interfiere en cualquier subida de las Bolsas.
Este es el trasfondo de la volatilidad que estamos viendo en las Bolsas y que posiblemente sigamos viendo. El alza en las Bolsas a partir de julio la han movido los Bancos Centrales, pero solo tendremos un mercado alcista sostenido cuando haya un marco claro de crecimiento y esto parece imposible sin una previa reducción de los niveles de deuda y sin unas reformas de fondo que aún no se han hecho, ni a nivel nacional ni a nivel del conjunto de la zona euro. Mientras esto no suceda, el riesgo sistémico se aplaza pero no se evita del todo.
Los diferentes mercados reflejan el desconcierto y la ausencia de ideas claras. El oro ha corregido bruscamente a la vez que el dólar se ha revalorizado, bajo la premisa de que tal vez la FED empiece a retirar liquidez. Pero las Bolsas americanas no reflejan esa premisa y siguen en niveles altos. El yen sigue su camino bajista y el Nikkei sube, pero todo esto sucede en mercados muy intervenidos y con volúmenes reales muy bajos, si quitamos la contratación intradía de alta frecuencia, por lo que cualquier movimiento se amplifica a sí mismo, haya o no haya motivos de fondo detrás.
A nuestro juicio, este tipo de comportamiento (movimientos bruscos dentro de una banda estrecha) va a continuar en lo que queda de febrero y en la primera parte de marzo. Los catalizadores esta semana van a ser las elecciones italianas, las negociaciones de nuevo entre republicanos y demócratas en EEUU para evitar el llamado "sequester" (ajuste automático a partir de 1 de marzo de ciertas partidas de gasto público con el consiguiente impacto en el PIB) y la comparecencia de Bernanke en el Congreso. Habrá también datos económicos (primera revisión del PIB americano del cuarto trimestre, ISM de manufacturas, índice de confianza de la Conference Board y de Michigan, ISM preliminar chino,...) y todavía quedan algunos resultados empresariales, pero los inversores van a seguir dando vueltas a los grandes temas, es decir, a la actuación de los Bancos Centrales, a las perspectivas de crecimiento y a la evolución política e institucional en la zona euro, donde los peligros se han aminorado pero no eliminado.
Todo ello en un contexto en el que, una vez más, las muy buenas expectativas con las que había empezado el año parece que deben ser matizadas y reconducidas a unos términos algo más realistas.
El futuro del S&P sigue siendo el indicador principal a seguir, y lo que hay que ver es si tras su fugaz caída por debajo de los 1.500 puntos ha perdido impulso, o si, por el contrario, va a ser capaz de atacar nuevos máximos anuales. Los factores políticos (elecciones italianas, negociación entre republicanos y demócratas) y lo que diga Bernanke ante el Congreso serán la clave para que se decante hacia uno u otro lado.