Aunque los índices bursátiles han conseguido esta última semana salvar una situación técnica delicada y mantenerse en niveles que permiten pensar todavía en un fin de año no bueno, pero al menos decoroso, la fragilidad de las Bolsas ha vuelto a aparecer, una y otra vez, a lo largo de las cinco últimas sesiones. Una fragilidad que se traduce en giros bruscos intradiarios y en la sensación permanente de que en cualquier momento podemos asistir a una caída fuerte, sobre todo en los índices americanos.
Esa sensación fue muy evidente en la sesión del pasado viernes de cierre semanal, en la que el S&P, el Dow Jones y el Nasdaq sufrieron descensos del entorno el 2% o superiores, entrando ya los tres de lleno (el Nasdaq ya lo estaba) en territorio técnico de "corrección" que se produce cuando las caídas superan el 10% desde los máximos. Tras los descensos del viernes, solo el Nasdaq se mantiene en positivo desde principios de año, con un simbólico +0,11%, y, lo que es peor, el S&P, además de haber perdido, aunque sea por escasos puntos, la importante cota de los 2.600 puntos, está formando una peligrosa figura de "hombro-cabeza-hombro" que los analistas técnicos consideran como anticipo de caídas más fuertes. A todo lo anterior hay que unir el hecho de que el S&P del sector financiero está ya en territorio técnico "bajista" (bear market) al haber perdido más de un 20% desde sus máximos. A nadie se le escapa que lo que pase en el sector financiero tiene ondas expansivas que van mucho más allá del propio sector.
Estas señales no necesariamente determinan la entrada en un periodo de turbulencias en los mercados, y además se refieren a las Bolsas americanas, en las que, sencillamente, y como ya habíamos dicho muchas veces en estos comentarios, la subida era insostenible y la entrada en corrección era solo cuestión de tiempo. Pero sí que ponen de manifiesto que estamos ya en una fase de ajuste de valoraciones que va a tener cierta duración porque responde a un previo "inflamiento" de los precios de los activos provocado por ocho años de dinero barato (easy money) y por casi tres años, los que van de enero de 2015 a hoy, en los que se ha forzado la deuda hasta límites más allá de cualquier medida razonable. Como botón de muestra los ochocientos mil millones de dólares de nueva deuda que el Gobierno americano se va a echar a sus espaldas este año 2018, pero podríamos poner ejemplos de Europa y Asia también, sin ninguna duda.
Desmontar ese modelo de dinero barato y deuda creciente va a ser muy difícil y tal vez por eso el BCE ha sido extremadamente delicado, el pasado jueves, a la hora de transmitir sus mensajes al mercado. Draghi hizo alarde, una vez más, de sus dotes de comunicación, y logró animar a los inversores, pese a rebajar las perspectivas de crecimiento en una décima para el 2018 y 2019 (1,9% y 1,7%, respectivamente) subiendo a la vez la previsión de inflación para el 2019 en una décima hasta el 1,8%. El BCE va a poner fin a las compras de bonos, que han totalizado dos y medio millones de millones de euros (trillones americanos) pero de momento reinvertirá los bonos que venzan, para no reducir balance, y no descarta, más bien todo lo contrario, volver a utilizar instrumentos del pasado como el LTRO (prestar a los Bancos para que compren bonos soberanos). Hay alguna voz en el BCE, como la del gobernador del Banco de Austria, Nowotny, que pide acabar con los tipos negativos ya, pero es una voz aislada, sin impacto.
Estas cautelas del BCE ponen de relieve lo delicada que va a ser la normalización monetaria. Una normalización que los Bancos centrales que la han iniciado (Fed, Banco de Inglaterra y BCE, porque el Banco de Japón prevé por el momento seguir igual) afirman que será muy suave, gradual e incluso reversible. La Fed había intentado ser muy agresiva en la subida de tipos bajo el mandato de su nuevo presidente, Jay Powell, pero a partir del discurso del propio Jerome Powell en el Economic Forum de Nueva York hace dos semanas ha quedado claro que hay un cambio de lenguaje que anticipa probablemente una mayor moderación en las subidas de tipos. Sin duda las amenazas de la guerra con China, que no es solo comercial sino tecnológica y de liderazgo, y los datos que sugieren una desaceleración del crecimiento americano tienen bastante que ver en ese cambio de actitud.
Al final, la Fed y los restantes Bancos Centrales se están encontrando con algo que era de esperar, a saber, que la recuperación económica basada en la deuda pone inevitablemente límites al crecimiento futuro, porque la demanda futura ya se ha anticipado.
Esta última semana hemos visto cómo, aparte de la ya citada rebaja del crecimiento hecha por el BCE, el Bundesbank alemán ha bajado también la previsión de crecimiento para la economía alemana hasta el 1,5% este año, medio punto menos que lo que auguraba en junio, y para el 2019 al 1,6%, tres décimas menos. En Francia el recorte ha sido de una décima para este año, hasta el 1,5% y otra para el que viene, al 1,6%. El Banco de España también ha bajado el pasado viernes su previsión de crecimiento para la economía española hasta el 2,5% para este año. El PMI adelantado de diciembre de Markit para la zona euro, que se publicó el viernes, arroja un dato de 51,7 puntos, el nivel más bajo en cuatro años.
Por su lado, China anunció el viernes pasado un crecimiento de la producción industrial en noviembre del 5,4% anualizada, medio punto por debajo de las estimaciones y el dato más débil desde hace casi tres años. También en China, el crecimiento de las ventas minoristas en noviembre fue el menor de los últimos quince años. Tampoco fue muy estimulante el Informe Tankan de Japón, en el que el Banco de Japón mide las expectativas de los fabricantes japoneses, que esta vez se mantuvieron estables, sin caer, lo cual no es malo, pero no genera mucha euforia en una economía que ha entrado de nuevo en el estancamiento y cuyo índice Nikkei tocó el martes pasado los mínimos de los últimos dieciocho meses.
Estamos, por tanto, inmersos en la desaceleración global, y por eso es especialmente importante la reunión de esta semana de la Fed, en la que previsiblemente subirá los tipos por novena vez desde que empezó a hacerlo en diciembre de 2015, hace ahora tres años. Igual que el BCE ha sido esta última semana un soporte para las Bolsas europeas (a diferencia de las Bolsas americanas, las europeas han subido: el Eurostoxx subió el 1,1% en la semana, el Dax el 0,7% y el Ibex y el CAC el 0,8%) la Fed podría ser esta próxima semana punto de apoyo o incluso el catalizador al alza de las Bolsas americanas, lo cual ayudaría al S&P al menos a mantenerse por encima de los 2.600 puntos en lo que resta de año.
Esta semana hay algunos datos interesantes, como los pedidos de bienes duraderos, la lectura final del PIB americano del tercer trimestre o el sentimiento del consumidor. Queda algún resultado relevante, como los de Nike. Pero lo más importante son los bancos Centrales. Además de la Reserva Federal, se reúnen el Banco de Inglaterra y el Banco de Japón, pero realmente lo que importa es lo que haga la Fed porque donde está ahora mismo el foco bursátil es en el S&P. Si miramos con un poco de distancia, tal vez cabría pensar que al S&P le sobra casi todo lo ganado desde aquel 8 de noviembre de 2016 en el que Trump resultó vencedor en las elecciones, lo cual nos movería a niveles de 2.200 puntos aproximadamente.
A más corto plazo los operadores miran más a los niveles de soporte que marcan los mínimos de octubre o de febrero, es decir 2.600 puntos y 2.550 puntos, respectivamente. Incluso apurando un poco más, podríamos fijarnos en el mínimo intradiario del S&P en febrero fue 2.532 puntos. Esos son los niveles en los que se van a fijar los operadores para ver si la Fed salva o no este fin de año bursátil que se ha vuelto, de repente, tan complicado.
Hay indicadores que no tranquilizan demasiado, como el bitcoin que ya está cerca de los 3.000 dólares, y en caída libre (recordemos que Jeffrey Gundlach, el famoso gestor de Doubleline, considera que el bitcoin es una especie de "proxy" que anticipa los movimientos del S&P) o como los problemas de Trump con la investigación del fiscal Robert Mueller, o como la amenaza de un cierre (shutdown) de la Administración americana al no ponerse de acuerdo Trump y los demócratas sobre el presupuesto. En Europa está el muy espinoso tema del Brexit, que se puede complicar hasta el infinito.
Pese a todas estas amenazas, en nuestra opinión, y aun a riesgo de equivocarnos, lo más probable es que las Bolsas, incluidas las americanas, acaben el año con tranquilidad, a la espera del temido 2019.
Juan Carlos Ureta Domingo
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