Tras escuchar el esperado discurso inaugural que pronunció el nuevo Presidente americano el pasado viernes, cabe dudar, aún más que antes, de que realmente Trump tenga un plan serio para dar solución a los problemas que hoy subyacen en la economía global. Esa duda es inquietante, sobre todo a la vista de la euforia con la que los inversores recibieron hace dos meses las propuestas económicas de Trump, propuestas cuyo eje eran las políticas fiscales de reflación.
La idea de la reflación fiscal no es nueva, y de hecho ya la venían promoviendo diversos organismos internacionales como el FMI y no pocos economistas, al constatarse el fracaso de las políticas monetarias no convencionales y al ponerse en evidencia los efectos laterales tan nocivos del experimento de los tipos nominales negativos. Pero Trump ha sabido venderla mejor que nadie y las Bolsas celebraron por todo lo alto el llamado "nuevo régimen" prometido por el actual inquilino de La Casa Blanca.
El problema es que Trump ha reformulado la idea de la reflación, uniéndola a su declarado proteccionismo, de manera que los estímulos reflacionistas se concentran dentro de las fronteras de EE.UU., y a expensas de otras economías emergentes, como, muy significativamente, China y México. De esta forma, los estímulos se aplican a una economía, la norteamericana, que ya está en pleno empleo (4,7% de paro) y cuyo nivel de utilización de la capacidad instalada es muy alto.
A partir de ese enfoque, todo son improvisaciones y simplismos, y de ello fue buena muestra el discurso del pasado viernes. Lo que realmente denotan las constantes apelaciones al "America First", los brindis populistas a sus votantes más deseosos de recibir algo más que las migajas de la recuperación económica y las soflamas aislacionistas es la falta de un programa serio. Lo mismo pasa con las constantes contradicciones. Trump dice un día que no quiere un dólar fuerte, al día siguiente Mnuchin, el nuevo Secretario del Tesoro, dice que sí lo quiere. Trump menosprecia a la OTAN, pero su nuevo Secretario de Defensa se apresura a ensalzarla. Lamentablemente, no parece haber ni un plan ni una partitura compartida.
Este escenario de confusión no es bueno, y menos aún al estar amplificado por la posición de la premier británica, Theresa May, que pese a haber afirmado hace meses que "Brexit is Brexit" no parece tener muy claros los contornos de ese Brexit y que, además, por contraposición a Trump, se presenta ahora como una defensora del libre comercio a la vez que mira solo y exclusivamente por el beneficio de Inglaterra.
Decimos que este escenario de confusión no es bueno porque coincide con la necesidad de deshacer el equivocado modelo monetario que se ha seguido desde verano de 2012, el modelo del whatever it takes.
De repente el mundo ha comprendido que no es verdad que los Bancos Centrales puedan hacer "lo que haga falta", por la sencilla razón de que no pueden hacer lo que quieran, y de que sus decisiones pueden tener efectos secundarios muy nocivos como se ha visto con los tipos de interés nominales negativos, un experimento fracasado y del que se debería salir lo antes posible. Y el mundo está empezando a comprender también la enorme dificultad de salir de esas políticas monetarias extremas.
Pero queda por comprender que las políticas fiscales de reflación tampoco son una solución si lo que hacen es recalentar la economía de forma artificial. Un ejemplo para ilustrar esa dificultad puede ser China. Esta semana hemos sabido que el PIB chino ha crecido un 6,7% el pasado año, y acelerándose en el cuarto trimestre, lo cual a primera vista podría parecer tranquilizador. Pero la tranquilidad desaparece al comprobar que ese crecimiento está basado en una política monetaria laxa, que promueve un aumento del crédito que dobla al de la economía real, algo no sostenible, a la vez que un incremento del gasto público en infraestructuras que nadie utiliza. Todo ello acompañado de un dudosamente fundamentado dinamismo del sector inmobiliario. Suena a conocido y ya sabemos cómo terminó en 2008.
El problema de la reflación de Trump es doble. Por un lado recalentará la economía norteamericana, que con su pleno empleo no parece necesitar más estímulos (esta semana próxima veremos el dato preliminar del cuarto trimestre) y por otro lado perjudicará a economías emergentes que necesitan crecer y que son las que pueden aportar equilibrio al crecimiento global.
La semana pasada hemos escuchado discursos de Janet Yellen, el miércoles, y de Mario Draghi, el jueves. Discursos ambos muy ambiguos, sin apenas mensaje y sin apenas impacto en los mercados, pese a su tono "dovish" porque lo que muestran es un intento de prolongar el modelo más allá de su natural agotamiento.
Ese intento se puede topar con una inflación mayor de la esperada, que es la parte mala de la "reflación" de Trump, sobre todo al volcarse sobre una economía, la norteamericana, que es la que menos lo necesita si nos fiamos de las cifras publicadas. Los últimos datos indican una inflación en Alemania del 1,7% , en España del 1,6% y en la zona euro del 1,1% , con un salto muy fuerte en diciembre en todos los casos. En EE.UU. la inflación está en el 2,1% y supera ya el objetivo de la Fed. La duda de si la reflación diseñada por Trump es lo que EE.UU. y el mundo necesitan es mayor a la vista de estos datos.
Tal vez por ello, la semana pasada las Bolsas han corregido ligeramente (Eurostoxx y Nikkei-0,7% en la semana, S&P -0,15% y MSCI Emerging Markets en dólares -0,3%) pese a que los resultados empresariales conocidos han sido buenos (Morgan Stanley y Goldman publicaron muy buenas cuentas y dos tercios de las empresas del S&P, que por ahora han publicado, baten las estimaciones) y pese a que en la zona euro se ha anunciado la fusión entre Luxottica y Essilor, una operación sin duda muy positiva.
Tal vez flota en el ambiente una cierta preocupación por la falta de una idea clara sobre lo que va a hacer Trump, en un mundo necesitado de liderazgo. Es verdad, como han recordado esta semana George Soros y Jamie Dimon en el foro de Davos, que la zona euro no tiene una dirección clara, pero lamentablemente tampoco acabamos de encontrar claridad ni en la nueva premier inglesa ni en el nuevo Presidente americano. Los mercados reflejan esa falta de claridad, como hemos visto esta semana pasada con los movimientos de la libra, que pasó de desplomarse antes del discurso de Theresa May a tener tras el discurso la mayor subida respecto al dólar en una sesión desde 2008. Lo curioso es que el discurso fue realmente más duro de lo que se esperaba, por lo cual la reacción de la libra es sorprendente.
En medio de esta desorientación, parece improbable que el rally generado pro Trump y su "reflación" pueda continuar y la impresión es, más bien, que puede desandarse el camino andado.
D.Juan Carlos Ureta Domingo
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