Siguiendo los pasos del BCE, aunque en una fase claramente más avanzada de su "activismo monetario", la Fed no ha defraudado a los mercados en su esperada reunión del pasado miércoles 16 de marzo. Por el contrario, aunque se esperaba un tono moderado ("dovish") por parte de Janet Yellen, tendente a calmar a los inversores, la realidad es que tanto los mensajes como la forma de expresarlos fueron más allá de las expectativas.
Las consecuencias se han notado en los mercados. El S&P, que estaba en rojo el miércoles antes de hablar Yellen, terminó la sesión subiendo un 0,5% y en la semana sube más del 1%, de manera que ya está instalado cómodamente por encima de los dos mil puntos. El Dow Jones subió un 2,2% en la semana y en el año supera ya el 1% de subida. El MSCI Emerging Markets en dólares ha subido un 3,3% reflejando la buena acogida de las Bolsas emergentes a la decisión de la Fed. En la zona euro, el Dax subió un 1,2% si bien otras plazas, como la española, apenas recogieron el impulso. Lo mismo ha pasado en el Nikkei que cayó un 1,2% en la semana.
En cuanto a los bonos, el tipo del bono del Tesoro americano a diez años (T bond) bajó hasta niveles de 1,85% tras las palabras de Yellen y el dólar se depreció frente al euro y frente a las restantes monedas. Asimismo, y este es un dato que ha pasado más desapercibido, pero al que deberíamos prestar atención, los bonos del Tesoro americano vinculados a la inflación ampliaron su diferencial con los bonos convencionales, dando así una señal anticipada de posible inflación futura.
La pregunta es ¿por qué ha tomado la Fed está posición ultra "dovish"? ¿cuál es la finalidad? Una primera respuesta sería que la Fed trata de evitar que el dólar suba, o dicho de otra forma, que quiere contrarrestar la guerra de divisas, no confesada pero no por ello menos real, de otros Bancos Centrales como el Banco de Japón o el BCE. Si fuese así, el objetivo se ha cumplido, ya que el yen se ha movido hacia los 111 yenes/dólar y el euro ha superado los 1,12 dólares por euro.
Una segunda explicación, compatible con la anterior, es que la Fed no soporta las turbulencias de los mercados, y las caídas de las Bolsas de enero y febrero la han preocupado lo suficiente como para hacerla dar marcha atrás de su idea inicial de subir cuatro veces los tipos de interés en el 2016.
Una tercera motivación de la Fed ha podido ser la de generar inflación, un deseo compartido por todos los Bancos Centrales, pero que, por ahora, se les resiste. La idea es que la enorme deuda acumulada en el sistema, que no para de crecer, solo se puede arreglar con una buena dosis de dilución monetaria, es decir, de inflación. La inflación es, por ahora, la pata que falta en el modelo de "represión financiera" y la Fed, si esta tesis es correcta, se estaría sumando a los esfuerzos hasta ahora infructuosos de otros Bancos Centrales para conseguirla.
Y tal vez lo esté consiguiendo. La inflación subyacente en EE.UU. está ya en 2,3% si excluimos el efecto del crudo. Es decir, por encima del 2% de target y en su nivel más alto desde septiembre de 2008, el mes de la quiebra de Lehman.
Sea cual sea la finalidad, lo más importante del mensaje de la Fed es que nos confirma que los Bancos Centrales, lejos de abandonar el modelo de estímulos monetarios, están firmemente decididos a llevarlo hasta sus últimas consecuencias. Y esa conclusión, aunque haya sido celebrada a corto plazo por las Bolsas y por los mercados de bonos, es justamente la que más inquietud nos deberá generar en el medio plazo, ya que la lectura de lo sucedido a partir de agosto en los mercados financieros es básicamente la de que ese modelo no es viable.
No es la primera vez que vemos como un esquema financiero que no funciona se lleva al límite. El mecanismo financiero de las "subprime" y de los CDOs que alimentó la burbuja inmobiliaria fue llevado mucho más allá de sus límites racionales incluso cuando era ya un cadáver, como cuenta con detalle y con fidelidad a los hechos la reciente película "The big short". El sistema bancario y los mercados de capitales no fueron capaces, a partir de 2005, de parar un modelo que se había convertido en un gigantesco fraude, y tampoco los supervisores supieron detectar la dimensión del problema que se estaba creando.
Hoy el mecanismo artificioso, y tal vez finalmente tóxico, no lo generan de forma directa los mercados sino los Bancos Centrales, y el sistema financiero lo utiliza y amplifica. Solo el tiempo dirá si las consecuencias de prolongar la barra libre monetaria pueden ser tan devastadoras como lo fueron las de prolongar la fiesta de las "subprime", pero por ahora lo cierto es que la complacencia sigue ahí, aunque es verdad que la reacción de los mercados ya no es la misma. El pasado jueves el gobernador del Banco de Japón, Kuroda, dijo en el Parlamento que los tipos negativos podrían bajar hasta el menos 0,5% y el Nikkei cayó un 0,8% en la sesión, una prueba de que ya hay cierta sensación de que la locura de los tipos negativos no va a conducir a nada bueno.
En la misma línea, Larry Fink, el CEO de Blackrock, la mayor gestora de activos del mundo, decía el pasado jueves en México que "los Bancos Centrales han mantenido las mismas políticas demasiado tiempo" y que la situación es como la de un familiar de visita que se queda en nuestra casa más tiempo del previsto y al final acaba molestando, Y añadió " los tipos negativos son terribles porque destruyen el ahorro para el retiro y desaceleran el consumo". La afirmación de Fink, y, en parecido sentido, la de numerosos banqueros, muestra cómo el modelo de los Bancos Centrales empieza a hacer aguas.
En las subprime el detonante fue la suspensión de pagos de una compañía de hipotecas, New Century, que puso sobre la mesa lo que era obvio, la aberrante hinchazón a la que habían llegado los precios de los inmuebles movidos por una gigantesca maquinaria de auto engaño colectivo, que a todos venía bien, a los Bancos, al sector inmobiliario y a los ciudadanos aparentemente beneficiarios de la subida continua de los precios.
¿Cuál podría ser ahora el detonante? La inflación es el candidato número uno para evidenciar la aberrante hinchazón de unos bonos soberanos inflados por muchos billones de inyección de los Bancos Centrales, y que viven ahora su canto del cisne de los tipos nominales negativos. La inflación subyacente en EE.UU., excluido el efecto del petróleo, está ya en el 2,3% y el crudo ha subido un 50% desde sus mínimos recientes. Si hay sorpresas al alza en el petróleo y materias primas, las posibilidades de pinchazo en la burbuja de los bonos soberanos crecen.
Pero, a corto, hay que mirar a los beneficios empresariales y, sobre todo, a los de las empresas americanas. Con el Dow y el S&P en positivo en el año, y cotizando a un "PER" de 18 veces beneficios, o vemos un mejor tono en las cuentas que las empresas empiecen a presentar a partir de abril o tendremos nuevos recortes en el S&P, con impacto en las Bolsas europeas, se diga lo que se diga.
Pensamos en una Semana Santa tranquila, sin grandes movimientos, en la que hay que seguir mirando muy de cerca al S&P, de momento cómodamente instalado por encima de los dos mil puntos, pero con algunas nubes en el horizonte que pueden oscurecer su futuro a medio plazo.
D.Juan Carlos Ureta Domingo
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