Algo que parece inevitable, gane quien gane las elecciones estadounidenses del 5 de noviembre, es el endurecimiento de la guerra comercial entre Estados Unidos y China. Las acusaciones a China de ayudas ilegales a las empresas y de incumplimiento de las normas de la Organización Mundial del Comercio (OMC) son una constante. Recordemos los antecedentes de esta guerra comercial creciente:
- En 2018, Trump impuso aranceles entre el 7%-25% a importaciones chinas por valor de 000 millones de dólares.
- Tras estos aranceles se llegó a un acuerdo comercial entre ambas potencias por el cual China se comprometía a incrementar sus compras de determinados productos estadounidenses en 200.000 millones de dólares entre 2020 y 2021.
- China incumplió dicho acuerdo sin acercarse siquiera a las cifras de importaciones comprometidas.
- La Administración Biden mantuvo todos los aranceles impuestos por la Administración Trump y los ha seguido subiendo Recientemente, se han aprobado aranceles a productos chinos del 100% a los vehículos eléctricos, a las agujas y jeringuillas, del 50% a semiconductores y células solares, o del 25% a minerales críticos.
- China toma represalias imponiendo limitaciones a la exportación de determinados productos, especialmente algunos metales y tierras raras. La última medida ha sido el control de las exportaciones de antimonio, un metal utilizado en la producción de munición perforante, gafas de visión nocturna y óptica de precisión. Anteriormente se limitaron las exportaciones de germanio y galio. La dependencia de Occidente de las tierras raras y determinados metales esenciales procedentes de China es una realidad.
El tono utilizado en campaña por los dos candidatos a la presidencia de Estados Unidos respecto a China varía en la intensidad de las nuevas medidas a adoptar respecto al comercio con China: Trump aboga por revocar el estatus de nación más favorecida a China, que le otorga los beneficios del libre comercio, y pretende eliminar progresivamente las importaciones de bienes esenciales; Kamala Harris también habla de aranceles selectivos y de no permitir el comercio injusto de China.
Durante décadas, se ha considerado que los aprovisionamientos de China de materias primas baratas estaban garantizados. Mientras China invertía cantidades ingentes en minería, refinado y exploración, los gobiernos occidentales solo ponen trabas a este tipo de actividades en su territorio. El resultado de dichas políticas es que actualmente las compañías chinas controlan el 90% de la capacidad de procesamiento de tierras raras, y más de la mitad de la capacidad de procesamiento de minerales como el litio, el cobalto y el níquel, imprescindibles para las baterías de los vehículos eléctricos y la transición energética.
Adicionalmente, las ayudas estatales a un número determinado de sectores por parte de China durante más de una década, ha llevado a una enorme sobrecapacidad de producción que facilita la bajada de precios continua en los mercados internaciones, y la destrucción de la competencia extranjera, al no poder competir con los precios de los productos chinos. La estrategia es lograr un dominio en los mercados internacionales a través de subsidiar a determinadas industrias que acaban con sobreproducción e inundan los mercados con productos imbatibles en precios, aniquilando la competencia extranjera.
Los sectores afectados por esta estrategia china van desde el acero, paneles solares, microchips menos avanzados (legacy chips), hasta los vehículos eléctricos.
Uno de los sectores en los que China pretende tener una posición dominante es en la fabricación de los microchips menos avanzados, utilizados en todo tipo de aparatos, desde coches hasta aviones supersónicos. China ya dispone de la mayor capacidad del mundo para producir estos microchips. Su producción aumentó un 40% en el primer trimestre de este año, y espera alcanzar una cuota de mercado global del 33% en 2027.
Estados Unidos considera que este dominio del mercado de los microchips por parte de China supone un riesgo para la seguridad nacional y crearía vulnerabilidades críticas en las cadenas de producción de la industria, incluida la industria de defensa. Aunque a través del CHIPS Act se tomaron medidas para evitar que China obtuviera las herramientas necesarias para producir los chips más avanzados, la problemática de los microchips más comunes no se ha abordado.
Sea cual sea la nueva administración estadounidense, esta será una de las numerosas batallas de la creciente guerra comercial entre China y Estados Unidos. Inevitablemente, la guerra comercial supone un menor crecimiento global y un aumento de la inflación, lo que limitará las bajadas de tipos de interés.
Artículo escrito por Jesús Sánchez-Quiñones, director general de Renta 4 Banco, en El Economista.
Jesús Sánchez-Quiñones González
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