Existe una elevada correlación entre el nivel económico de los países y su consumo energético. A mayor nivel económico, más consumo de energía. A su vez, a mayor desarrollo y consumo energético, mayor la esperanza de vida. Limitar la generación de energía a nivel global supone condenar a miles de millones de personas a la pobreza o, al menos, impedir el desarrollo económico de sus países. No existe ningún país desarrollado con bajo consumo energético.
Se estima que el consumo global de energía crecerá cerca de un 50% en los próximos 25 años. Solo la población de África, el continente más pobre, pasará de 1.200 a 2.500 millones de personas en los próximos 25 años. El consumo de energía crecerá más que proporcionalmente al crecimiento de la población, por el propio desarrollo económico de los países menos desarrollados.El problema no es la sustitución de las fuentes de energía actuales, sino añadir nuevas fuentes de generación de energía que sean abundantes, estén disponibles, con coste asumible y, deseablemente, que no sean excesivamente contaminantes.
En los países en vías de desarrollo, el acceso a energías baratas les permite mejorar la producción de sus cosechas a través de sistemas de riego, la mecanización y la disponibilidad de fertilizantes. Sin energía barata y disponible no hay desarrollo económico. El consumo energético per cápita de África es casi 10 veces inferior al de la Unión Europea. A su vez, el consumo per cápita de la UE es la mitad del consumo per cápita en Estados Unidos.
Las numerosas voces que desde hace años abogan por la descarbonización o la eliminación de las fuentes fósiles de la generación de energía no están teniendo en cuenta esta realidad, salvo que deseen condenar a miles de millones de personas a no poder tener un adecuado desarrollo económico de sus países. La demanda global de los combustibles fósiles seguirá aumentando, aunque la demanda de los países desarrollados se contraiga por las medidas medioambientales.
Las fuentes de energía fósiles (petróleo, gas y carbón) no han dejado de crecer en los últimos ochenta años. A día de hoy, más del 80% de la energía global consumida procede de estos combustibles fósiles. Pensar en su sustitución y poner trabas a las mismas sin tener en cuenta el inevitable aumento de la demanda de energía es difícil de entender.
Las medidas adoptadas, especialmente en Europa, contra las energías fósiles no servirán de nada para cambiar los problemas de contaminación global mientras los países en desarrollo aumentan su consumo de hidrocarburos para alimentar energéticamente su crecimiento económico. Estos países no van a renunciar a su desarrollo y, por tanto, seguirán utilizando todas las energías disponibles. Como en el caso de China, invertirán intensamente en energías renovables, pero como energía complementaria a las energías fósiles, no como energía sustitutiva.
La descarbonización de la economía es una quimera de difícil materialización. Es paradójico que se incentive la producción de energías eólicas y fotovoltaicas a la vez que se aboga por el fin de las energías fósiles, que son absolutamente imprescindibles para obtener los materiales esenciales para la fabricación de las turbinas eólicas o los paneles solares.
De momento, con las medidas adoptadas y con el encarecimiento de la energía, la producción industrial alemana se encuentra en niveles de 2006. Si Europa no fabrica lo que el mundo necesita por el aumento de los costes industriales y la regulación concerniente a la descarbonización, otras áreas geográficas (más contaminantes que Europa) se encargarán de fabricarlo.
Bienvenidas sean las energías renovables y todas las nuevas disponibles. Son necesarias como fuentes de energía complementaria, no como fuentes sustitutivas.
Artículo completo de Jesús Sánchez-Quiñones, director general de Renta 4 Banco, en El Economista.
Jesús Sánchez-Quiñones González
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