En cierto modo, el gráfico que traemos esta semana a nuestra sección se parece bastante al de la semana pasada, ya que muestra la evolución divergente de dos grandes compañías pero, en esta ocasión, el motivo de la diferente evolución no es la presentación de resultados de esas dos compañías, sino el hecho de que una de las dos es un banco americano y la otra es una gran automovilística alemana.
La victoria de Trump el pasado martes explica esa divergencia o, mejor dicho, explica que en las últimas sesiones la divergencia se haya acentuado, al subir JP Morgan un 6,3% esta última semana, mientras que BMW se ha desplomado un 7,6% en las últimas cinco sesiones. Esa divergencia no es sino un reflejo de la del S&P, que ha subido un 4,6% en la semana, y la del Eurostoxx, que ha bajado un 1,5% en la semana.
Pero, como se ve en el gráfico adjunto, la victoria de Trump solo acentúa una tendencia que ya venía de atrás, no la genera. BMW empezó a bajar en abril, tras alcanzar el 10 de abril 115,3 euros por acción, un nivel muy cercano al máximo histórico de todos los tiempos que alcanzó el 17 de marzo de 2015 en 123,75 euros por acción. Desde entonces no ha parado de bajar. Por el contrario, JP Morgan, tal y como se ve en el gráfico, no ha parado de subir durante los últimos doce meses y, tras la victoria de Trump, la subida se ha hecho más vertical estos últimos días.
Tal vez podríamos pensar, porque por otro lado es bastante obvio, que la crisis de BMW y, en general, la crisis europea es anterior a Trump o, dicho de otra manera, que Trump y sus aranceles y su presunto “anti europeísmo” no son la causa del mal rumbo de la economía europea, sino que esos problemas son previos y lo que hace la victoria de Trump es obligar a Europa a enfrentarse con sus problemas en lugar de eludiros. Lo único, en definitiva, que habrá hecho Trump es poner a Europa delante del espejo y obligarla a ver su realidad.
El sector del automóvil es, probablemente, el mejor ejemplo de cómo malas políticas pueden llegar a destruir un sector. Las grandes automovilísticas europeas eran, hace pocos años, las “campeonas mundiales”, pero la asfixiante regulación y el pésimo enfoque europeo sobre el ritmo y el modelo de adaptación del sector a los nuevos requerimientos medioambientales, han tenido mucho que ver en que hoy el sector esté en una situación en la que está.
Tal vez Europa debería pensar más en analizar y corregir sus propios errores y en buscar el rumbo adecuado, en lugar de buscar enemigos exteriores para culparles de los males que la aquejan. Mientras no lo haga, la divergencia con otras economías puede seguir ampliándose.
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